jueves, 9 de julio de 2009

Un meñique que sostuvo para siempre


Natali tenía 3 años, era entonces hija única de un matrimonio pasional. Tenia grandes ojos negros como la noche serrana, brillantes como estrellas, sus pequeños labios color carmín, la nariz cual botón, sus cabellos eran negros y muy largos para ser tan pequeña, su dulzura enloquecía a las abejas, su sonrisa iluminaba la oscuridad, su piel imitaba el color de la canela y su corazón era de oro, así le decían sus abuelos. Jugaba en su casa encantada, sus muñecos eran sus compañeros de risas, a veces solía salir a las calles a ver pasar los vientos en forma de pequeños remolinos, le robaba las hojas a las flores para sus juegos de cocina y adoraba a las mariquitas que se estacionaban en su brazo.
Imitaba con esfuerzo el silbido de su padre, que a sus oídos era más bello que el canto del Ruiseñor, un sonido que antelaba su llegaba. Lo esperaba en las tardes para recibir sus caramelos preferidos y un decir “nono coco” que en el lenguaje de Edipo significaba ¿Te quiero, tu me quieres? que era más dulce que el caramelo, que enrojecía su pequeño corazón más que la sangre, le daba mas aire que sus pulmones, le alimentaba mas que la leche y que amaba mas que a sus muñecos. Lo extrañaba cuando partía cada mañana y sentía celos monstruosos cuando besaba a su madre. Un pequeño anillo calmó su remolino de sentimientos, un regalo con un abrazo tierno de su primer amor, que después extrañaría en sus dedos adultos. Un sentimiento que esculpió la forma de su corazón, un silbar que nunca aprendió, pero busco imitarlo al compás de una guitarra, un abrazo sollozado de amor que le enseño la fragilidad de un hombre, un perfume como el olor de los campos florales en una mañana lluviosa, miradas que atravesaban sus ojos como lanzas, noches de vigilia que le daban calor de protección, un meñique que sostuvo con su pequeña mano para siempre, unos besos sonrosados que buscaría en las brisas nocturnas de las montañas, unas palabras de aliento que serian el elixir de su vida.
Es la forma de amar de los hombres casi perfectos, que son nuestros padres y que tejen tempranamente fuertes fibras de amor en una hija, un amor incondicional, un sacrificio, un abandono, un entregar todo lo más hermoso que tienen por encima de las imperfecciones, un tiempo hermoso atrás, un cariño antiguo, cuyas canas sirven de comprensión, cuyas arrugas sirven de retorno.